Alfonso Jaime Martínez Lazcano
Dos siglos han pasado desde la promulgación de la Constitución de 1824, documento que sentó las bases del federalismo en México. Sin embargo, a pesar de las aspiraciones descentralizadoras de la época, la realidad dista mucho de lo plasmado en el texto constitucional. En la práctica, el país ha funcionado como un Estado centralista, donde las decisiones importantes se toman desde la capital y las entidades federativas se ven relegadas a un segundo plano.
El centralismo tuvo dos etapas significativas. La primera fue de 1835 a 1841, cuando se instauró la llamada “primera república centralista”. Se derogó la Constitución de 1824 y se establecieron las “7 leyes” como carta magna de facto.
En este contexto, la vida de las constituciones locales se ve opacada. Poco o nada se estudian en las escuelas de derecho, relegadas a un rincón polvoriento de las bibliotecas. Los futuros abogados y juristas se enfocan en la Constitución federal, ignorando las normas que rigen la vida política de sus propios estados.
Es como vivir en una Matrix, donde los conceptos del federalismo no se encuentran más que en la mente de los estudiosos y no en los órganos políticos. En este mundo ficticio, los estados son entes autónomos con capacidad de autogobierno, pero en la realidad, son meras extensiones del poder central.
Las decisiones democráticas se ven relegadas a un segundo plano, ante el peso de los intereses y compromisos políticos. Los ciudadanos, en lugar de participar activamente en la elección de sus gobernantes, se limitan a replicar lo decidido por el «gran elector», el poder central que controla las decisiones políticas del país.
En este réquiem del federalismo, la pregunta que surge es: ¿quién o cómo se eligen a los candidatos a los gobiernos locales? La respuesta, en muchos casos, es desalentadora. Los candidatos son seleccionados por las cúpulas partidistas, a puerta cerrada, sin la participación real de la ciudadanía, sin importar ideologías, principios, el respeto a los agremiados, todos los “políticos” suelen cambiar de bando privilegiado sus beneficios.
Las elecciones se convierten en un mero trámite, en un ritual vacío de significado. Los ciudadanos votan por candidatos que no conocen, que no representan sus aspiraciones, y que una vez electos, se olvidan de promesas y se dedican a servir a propios intereses o a los del «gran elector».
Es hora de despertar de esta Matrix y exigir un verdadero federalismo, donde las constituciones locales sean respetadas y estudiadas, donde los ciudadanos tengan voz y voto en la elección de los gobernantes, y que las decisiones políticas se tomen en beneficio del pueblo, no de unos cuantos.
Es hora de que el federalismo deje de ser una ficción y se convierta en una realidad tangible; que México viva de acuerdo con los principios que se plasmaron en la Constitución de 1824 y que se reprodujeron en la de 1857 y 1917, principios de libertad, justicia y democracia.